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LA INTEGRACIÓN Y MODULACIÓN DE LA JUSTICIA

La equidad o epiékeia está íntimamente unida a la justicia. Aristóteles se ocupa de ella en el Libro V de la “Ética a Nicómaco”. No es un elemento corrector de la ley, sino integrador de la misma, de adecuación de la norma abstracta (como ocurría con la “vara lesbia” o “regla de Lesbos”, utensilio de plomo empleado por los arquitectos de la isla griega que, por ser maleable, medía las superficies amoldándose a las formas de los objetos). La norma ha de adecuarse a cada caso particular y sólo así se hará justicia. En este aspecto, la flexibilidad de la regla de Lesbos es lo opuesto al “lecho de Procusto”, rígido en extremo.


La mitología griega habla del semidios y bandido del Ática Procusto, también conocido como Damastes o “el estirador” y de sus fechorías en la posada que regentaba en las afueras de Eulesis, la famosa ciudad de la antigua Grecia donde se celebraban los ritos misteriosos de las diosas Deméter y Perséfone. Procusto tenía la estatura de un gigante y la fuerza de un titán.


Y siendo el siniestro placer de Procusto el sufrimiento ajeno, torturaba hasta la muerte a quienes llegaban a su posada en busca de alojamiento, sometiéndolos a un cruel tormento. El bandido invitaba a sus huéspedes a acostarse en una cama de hierro en la que, una vez dormidos, eran atados de miembros a las esquinas, de forma que aquellos cuya corpulencia no se ajustaba con exactitud a las dimensiones del lecho, eran mutilados o descoyuntados. Así, si la estatura del infortunado viajante superaba las dimensiones del catre, Procusto serraba los miembros sobresalientes: cabeza, brazos y piernas, dejándolo morir desangrado; y si era de menor tamaño que la cama, comenzaba a estirar esos miembros hasta hacer que se ajustasen con precisión al fatídico lecho, con lo que la muerte sobrevenía igualmente, en este caso al desencajarse las articulaciones.


Según algunas versiones de la leyenda de Procusto, su lecho estaba dotado de un mecanismo móvil que lo agrandaba o lo empequeñecía según fuera el tamaño de su víctima, de manera que nadie podía acoplarse a la cama con exactitud. Para otros, en realidad había dos camas, una extremadamente grande y otra pequeña en demasía. En cualquier caso, los cierto es que todas personas que caían en manos del célebre bandido eran sometidas sin piedad a la separación traumática de las partes de sus cuerpos. Sin embargo, como suele suceder en este tipo de historias y leyendas, Procusto terminó su réproba existencia después de probar su propia medicina. Y fue su mediohermano Teseo (ambos eran hijos de Poseidón), uno de los más populares héroes de la mitología griega, quién lo mató a hachazos tras persuadirle mediante un sagaz engaño para que yaciese en el lecho.


La leyenda mitológica narrada no se encuentra en la obra de Arístóteles, pero sirve para ilustrar lo que él quería decir cuando hablaba de la epiékeia. ¿Y cómo podemos entender en nuestros tiempos, desde una perspectiva sociojurídica, el mito de Procusto? A mi parecer, la epiékeia es una exigencia de la justicia, no un privilegio. El Derecho debe ser dúctil, como la “vara de Lesbos” (que se adaptaba a los objetos), y no rígido como el “lecho de Procusto” (al que había que adaptarse).


La epiékeia es sencillamente lo que en justicia debe realizarse para atender a las diferencias, como pensaba el estagirita. Como las leyes se dictan siempre con carácter general, no pueden tener en cuenta el caso concreto que, tal vez, por sus especiales circunstancias, resulte singular. Sólo a través de la equidad es posible que la sociedad y el Derecho que la regula sean más justos (pensemos, verbigracia, en las normas urbanísticas sobre accesibilidad e infraestructuras que imponen la existencia en los edificios de elementos arquitectónicos adecuados para permitir el acceso y utilización por los minusválidos, la progresividad fiscal o la valoración de las circunstancias modificativas de la responsabilidad en un proceso penal).


La equidad servirá de factor modulador por tener en cuenta las peculiaridades propias del supuesto, evitando así que la aplicación al mismo de la ley general lleve a un resultado injusto.


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